Georgina luce patética en esa banca de ese jardín de la ciudad donde se dice que hay más ratas (pero, eso sí, ratas de las bonitas, de las chiquitas), se tumba patas abiertas y con el lomo curvo empieza el sollozo, el lagrimón. El señor Juan la ve al pasar, a las cuatro de la mañana, para mayor dramatismo.
En ese momento Georgina estaba amasando frases como "y es que yo creía que me había enamorado", y parece querer engañarse así, inventando tan en el pasado, y como dizque sintiéndose allí, así. Tan falsa la escena como el sentimiento, o el pensamiento, o el monologuito ese.
Cuando el señor Juan le pregunta: ¿Te pasa algo?
Ella: Sí. Nada. Me peleé con mi novio.
Tan absurda la respuesta. Tan pendejamente real. Tan mal que se oye en voz.
Ojalá Georgina hubiera tomado el primer taxi que vio, pero no, pero no. Tomó otro, uno o dos minutos después.
Qué relevante parecería, aunque no lo es. De cualquier modo, cuando Georginita estuvo en los confines que ella sola denominaba como "sus dominios" (su departamento-cuarto), un destello se hizo notar. Y ella le dio el beneficio de la duda. Si era metafísico o nomás un producto (o una causa, yo no lo sé) de las tormentas.
Metafísico.
Ella quiere creer que, dándole la razón a "fenómeno metafísico" se va a reconciliar con ella misma, para reconciliarse con los otros, inmediatamente después.
Era como un rayo-ofrenda, para Georgina, que no lo necesitaba. O sí.
Luego vino la reflexión, aunque esta palabra nos causa risitas, y nuestra mujer vuelve a la vida, a la misma, pero mejor. O a la misma-misma, así como suelen ser las vidas, vidas-mismas a las cuatro a.m.
Pero el rayo liberador, sí, el rayo liberador: "Estas cosas pasan". Y se sintió su propia tía, madre o abuela, de indispensables canas, y de quienes solía escuchar, muy de vez en cuando, alguna opinión sencilla y honesta. Pero no, eso de la confesión y la opinión le pasaba frente a peores desgracias, o mejor dicho, frente a las desgracias verdaderas, a huevo.
Entonces se acordó de otro sermón. Pero esta vez de un borracho sentimental: "Yo sólo vine a este mundo a crear".
Y el sermón (del que sólo recordaba eso) se reforzaba mejor si Georgina ponía unos emepetreces de su elección.